Mi primera bicicleta no tenía ruedas. Estaban clavadas sus horquillas en dos pacas de zacate. Pero no olvido la sensación de casi volar y la emoción de "rodar" en bicicleta. Mi segunda bicicleta no tenía pedales, por suerte el freno era una palanquita que rozaba el rin trasero al presionarla con el pie derecho. Con esta subía a la cuesta de mi tío Chico de donde una y otra vez bajaba a toda velocidad, rayando la rueda trasera el llegar a la parte de abajo, la Calle Chueca. Y la tercera bicicleta fue una de tamaño grande que fue encargada en casa por alguna persona para cuidarla provisionalmente, pero con permiso de usarla. Para arrancarla requería ayuda, regularmente disponible, y para detenerme era con caída inevitable.
El viento sobre mi cara,
los ojos cerrados,
la bicicleta inmóvil,
sin ruedas, clavada
sobre dos pacas de alfalfa.
LA BICICLETA
En la paja aprisionada por alambres
con cicatrices marcadas y hondos surcos
en el abrazo comprimido de hojas secas
se apretujan los tallos moribundos,
se vuelven funda de espadas bifurcadas
que portaron antaño ruedas, rayos,
dando roces del caucho con la tierra
con líneas sobre huellas de caballos.
Es la paja de alfalfa de otra vida;
hoy soporta ilusiones celestiales.
Ya no es la comida de animales,
hoy promueve la imagen colorida
oculta en los circuitos neuronales,
apoyo inmóvil, efímero y modesto
de la férrea y esquelética estructura
donde cuelgan los pedales oxidados
y en la proa sobreviven largos cuernos,
que ni ajustan ni persisten alineados
pero lucen flamantes y modernos.
El asiento de metal ya desahuciado
fue suplido por el trozo de un madero
que pulieron las manos familiares,
ergonómico, agraciado y duradero.
Más veloz sin el lastre de fricciones,
más musa perspicaz para el poeta,
impulso de delirios y ficciones.
La frente sudorosa contra el viento,
por siempre la mirada puesta adentro
flotan quietos viajero y bicicleta.
Escondidos portentos sin tropiezos
como tiempo y espacio se gestaron,
recreando mil colores en los sesos
que abstractas realidades encontraron
por encima del placer como de besos
que en el viento imaginario se abrazaron.
Va que vuela en las nubes el consciente
teñido de espejismos y delirio,
en plenitud de la fruición creciente
sin que sienta la paja su martirio
sedada por el goce de aquel niño
que ronda el universo tan sonriente
y acaba de inventar en fugaz guiño
una rueda virtual para su mente.
JAMD Febrero 2015