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SOL DE INVIERNO

 

Como el sol de invierno

sobre un muro encalado,

se quedó su rostro,

pálido, abrumado.

Penetró su vida en un infierno

y sin sueños se volvió amargado.

Arrastrando la sal de tantos años

que la vida le echó encima

apagando su alma fría,

como el sol de invierno.

Más sal en su piel

que cal en ese muro

que refleja la sombra de su alma

con el sol de invierno.

Le traspasa su cuerpo transparente

el pálido sol tierno,

su alma se funde en el adobe

que se vuelve la percha de su carne.

La gastada pared guarda el verano

y un poco de calor da generosa,

legado de ese tiempo tan lejano.

Su cuerpo tan débil se ha secado,

y tan solo su esencia sobrevive,

sin poseer un día de fortuna

ni un segundo feliz, dolor eterno,

sólo tiene por ahora el tibio frío

que lo arropa sin más: el sol de invierno.

No alcanzan ni a tibiar su piel

ni su sustancia

los rayos que le brinda como hiel

el sol naranja del invierno.

De pie ante la tahona de su patio

sus ojos miran, tristes, sin pasiones

el trajinar pasado en la molienda,

que hoy deja tan sólo un monumento,

verdugo que inmoló sus posesiones,

escasas de por sí, casual ofrenda,

mudando a mejor vida a su jumento.

Más tristes se tornan sus recuerdos

fisgando para atrás el sufrimiento;

desfilan como sombras, largas, pardas,

un cúmulo sin fin de cuentos lerdos

plagados de aflicción y desaliento,

tan fríos como el sol de invierno.

 

 

JAMD. Marzo de 2011

Para una escena del Corto “Crisanto y Palmira”

o “Cien años de saledad”.